viernes, 18 de mayo de 2012

Quédate conmigo: Capítulo 8.


Una luz bastante intensa penetraba en mis ojos, los apreté fuerte y mínimamente abrí uno, seguido del otro. Inspeccioné la habitación.  No era la mía, estaba claro. Las paredes eran color amarillo, en ellas habían colgados pósters de diferentes grupos de Rock, coches, y algunos de modelos, nada raro en un adolescente. Elevé la mirada al techo. Justo sobre mi cabeza, había una imagen de mi ídolo, mi gran ídolo, Michael Jackson; en el póster aparecía con su pose peculiar, y su guante, ESE guante. En las faldas del póster, la fecha de su nacimiento y su muerte. Pensar en la muerte de Jackie hizo que una lágrima se deslizara por mi mejilla, rápidamente la sequé con la sábana.
-          Buenos días, princesa. – Sentí como unos fuertes brazos me arroparon por la espalda, y unos dulces besos recorrían mi pelo y cuello. Sonreí cálidamente y me giré hacia él para besarlo.
-          Buenos días, mi vida – correspondí a su saludo.
-          ¿Cómo estás hoy? – Dijo, con un tono sombrío en su mirada.
-          Bueno…es el cuarto día, y aún no me creo todo lo que ha pasado. Aunque ¿sabes qué es lo peor? La incertidumbre de no saber qué hacer, por donde empezar. – Cubrí mi cara con mis manos.
Él comenzó a acariciar mis mejillas, que ante su tacto se veían sonrojadas, secando mi torrencial de lágrimas.
-          No quiero que sigas llorando, ya sabes que aquí estoy, y puedes contar conmigo. – Sonrió, acogedoramente.
-          Gracias – respondí, y le abracé.
Nos quedamos cerca de diez minutos abrazados en la cama, pensando ambos en cómo superar esto, tal vez. Me encantaba recorrer cada milímetro de sus labios cuando sonreían al captar que le estaba mirando, cómo se entornaban sus ojos fijos en los míos, en cómo amanecía despeinado y desenfadado su pelo en la mañana.
-          ¿Quieres desayunar algo? – Preguntó, rompiendo la paz y el silencio. Mi estómago rugió.
-          Mmm..creo que sí. – Me incorporé. Ambos reímos.
-          Se levantó, y yo tras él, dejando que me dirigiera hacia su cocina, amarrada a su espalda.
Su casa era la típica de una familia rota. Se notaba que vivía solo con su madre, ya que tan solo habían dos habitaciones, y la segunda tenía las paredes envueltas en un lindo rosa chicle. El salón estaba lleno de botellas de vino, ron, y todo tipo de alcohol, además, apestaba a tabaco. En el sillón había un bulto tapado por una manta.
-          Mierda mamá, ¿has vuelto a hacerlo? Me cago en la puta, ¿qué te he dicho? – Dijo Ryan agitándole el hombro.
Ella abrió los ojos, se incorporó, me miró, le miró, y sonrió abiertamente. Era una señora hermosa, ante ello no habían dudas. Tendría cerca de 18 años, rubia, con unos ojos azules como el mar, aunque bajo ellos los acompañaban unas enormes ojeras, y una mirada triste y llena de dolor, se nota que había sufrido mucho a lo largo de su vida.
-          No me habías dicho que traerías invitados – Reprochó a Ryan, encendiendo un cigarro y levantándose. Se acercó a saludar. – Hola cielo, soy Marie- me dio dos besos.
-          Mamá, sube a darte una ducha, y echa eso a lavar, apesta – gritó él abriendo las ventanas de par en par, y recogiendo la manta del sillón. – Y apaga el cigarro, ¿no ves que le haces daño?
Yo tosí. Él asintió, e inmediatamente negué con la cabeza.
- Es solo que…estoy un poco resfriada, tranquilo. – Hice amago de sonreír.

lunes, 7 de mayo de 2012

Quédate conmigo: Capítulo 7.


- Y para concluir…-tragué saliva con dificultad- fue la mejor madre que nadie hubiera podido tener. Te quiero, mamá.
Cerré los ojos, mientras 30 personas aplaudían. Los abrí, y los miré a cada uno de ellos. Rostros tristes, rostros que fingían tristeza, por puro compromiso, rostros de niños pequeños aburridos, que no sabían que pintaban ahí, y miles más. Después de esos rostros, estaban el de mi hermana y Ryan, mi…novio. Suspiré, y coloqué la rosa roja sobre el ataúd.
Si, ya habían pasado tres días desde la muerte de mi madre, y aún no habíamos encontrado pistas que nos llevaran a dar con el paradero de mi asqueroso padre.
Después de todo el paripé del entierro (en mi opinión, no era necesario, pero mi familia siempre había sido muy cristiana), mi hermana, Ryan y yo fuimos a una cafetería cercana a desayunar, o al menos intentarlo.
Desayunamos completamente en silencio, ni una palabra, miradas agachadas mirando fijamente hacia la mesa.
-          Mmmm…Haven, dime, ¿cómo lo hacemos? –rompí el hielo.
-          ¿Cómo hacemos qué? – parecía despistada.
-          Encontrar a papá, y hacerle pagar por todo esto.
-          Oh no, no, no – negó con la cabeza.- A mi no me metas en esto, Connie. La venganza es cosa tuya.
-          ¿Perdona? Haven, por si no lo sabes, ese hombre mató a nuestra madre. – no daba crédito a lo que habían escuchado mis oídos.
-          Tal vez no lo hubiera hecho si ella no hubiera sido tan pu-le di una cachetada, antes de que pudiera finalizar. - ¿ERES TONTA? – Se levantó de la mesa, colocando una mano sobre su mejilla.
-          Tú si que eres tonta, ¡¿cómo mierda puedes decir eso de nuestra madre, estúpida?! – Grité.
Toda la gente se había girado a escuchar nuestra conversación, y ver nuestra pelea.
-          Chicas, parad, no merece la pena. – Ryan se puso en medio, abriendo los brazos, para controlarnos.
-          ¡Porque es la verdad! Mamá era una puta.
Le di otra cachetada, llorando.
-          No repitas eso.
-          Era una PUTA. – repitió, enfatizando.
La cogí del pelo con una mano, mientras la sujetaba con la otra. Sujetó mis manos con ambas suyas, para separarme. Un señor la cogió en brazos y la alejó de mí. Ryan me sujetó fuertemente por la cintura. Se fue llorando.
-          ¡Y no vuelvas, gilipollas, por que te juro que te mato! – Grité tirándole un zapato de tacón.
Ryan me sujetó fuerte por los hombros, agitándome y haciéndome entrar en razón.
- Connie, es tu hermana, ¿no te das cuenta? Por no poder controlarte, ahora estamos solos en esto.  – le abracé fuerte y cerré los ojos, descargando toda mi furia en mis lágrimas, que no dejaron de salir en un par de horas.
 ¿Sabéis? Me parece increíble como el curso de la vida puede cambiar en tan solo 3 días.

Quédate conmigo: Capítulo 6.


Cogí mi móvil y marqué el número de mi hermana, pero estaba apagado. Me desesperé, pensé rápidamente a quién podría llamar, y a mi mente solo vino un nombre. “Ryan.” Susurré. Me apresuré a marcar su número.
- ¿Connie? – Contestó.
- Ryan, necesito que vengas a mi casa. – Supliqué como pude, entre sollozos.
- Claro, ya voy, pero dime que estás bien, por favor. – Su voz se notaba más alterada.
- Si, tranquilo, pero ven ya.
Lancé el teléfono en el sofá, y fui en busca de mi madre. Había dejado de llorar. Cogí una manta y la arropé como pude, secando sus lágrimas. Me desviaba la mirada cada vez que intentaba entablar contacto visual con ella. Sujeté su mentón, obligándola a mirarme a los ojos.
- Mamá, todo esto va a acabar, pero necesito que me cuentes todo, ¿entiendes? Todo. – Dije, acentuando “todo”. – En ese momento llamaron a la puerta. – Ya vengo, ¿si? – Abrí la puerta corriendo. Y vi sus ojos, allí estaba él, acudiendo en mi ayuda. Sus ojos se entornaron en mis manos, manchadas de sangre, y mi respiración agitada. Me abrazó.
- ¿Qué ha pasado?
Le cogí la mano, y cerré la puerta. Le conduje hasta mi madre, la cual estaba quedándose dormida.
- Mi padre…mi padre le ha hecho esto. – Expliqué, impidiendo que las lágrimas volvieran a brotar por mis sonrojadas mejillas, a causa de la alteración. Él me abrazó, y me besó en la frente,
- Tranquila, pequeña.
- Él…estaba mal, borracho, se volvió loco y…-explicó mi madre, incorporándose en la conversación, -y…y…y supongo que la pagó conmigo, puesto que no tenía nada más cerca. Esto…no es nada nuevo, hija, lo hace a menudo.
- ¿Y por qué coño no me habías dicho nada? ¿Por qué permitías que te hiciera esto, mamá?
Se llevó la mano al pecho. Me fijé. Le desgarré la camisa, y vi que tenía una herida profunda junto al corazón.
- ¿Qué mierda es esta mamá? Yo te juro que lo mato, esto no es posible, no. – Me cubrí la cara con las manos.
- Por mi ya no puedes hacer nada. – Sonrió y cogió mi mano. – Pero por tu hermana y por ti si. Podéis salvar vuestras vidas. – Comenzó a toser muy fuerte. Sentia como su vida se escapaba de entre mis manos, y no podía hacer nada.- Te quiero. – Susurró, y cerró los ojos.
- ¡No! ¡No! ¡No, mierda, no! – Grité entre lágrimas y jadeos. – Mierda mamá, por favor vuelve, tienes que hacer esto por Haven y por mi…mamá vuelve por favor. – Volví a cubrir mi rostro con mis manos, ahogando mis lágrimas y negando descontroladamente con la cabeza.
- Dios, Connie…- susurró Ryan- Dios. – Se agachó y me abrazó. Abrazo que correspondí, ya que no me quedaban fuerzas para hacer otra cosa. Acariciaba despacio mi pelo, intentando relajarme.
Me levanté y golpeé  la pared con una fuerte patada.
- ¡Juro que lo mato! – Grité. – Ese hombre no saldrá impune de esta.